Técnica y aplicación de los conocimientos logosóficos

By 27 de noviembre de 2012febrero 13th, 2017Logosofía conceptual y práctica

Uno de los objetivos primordiales del conocimiento logosófico es el de auxiliar a la inteligencia del hombre con los elementos que están más al alcance de su comprensión, a fin de que éste pueda eliminar sus deficiencias y corregir cada uno de sus defectos. Sabido es que mientras se halle ligado a las raigambres de una insuficiente preparación mental, no podrá avanzar hacia un perfeccionamiento integral con la seguridad y consistencia que son indispensables.

La Logosofía, al señalar al hombre sus imperfecciones, le lleva con pruebas evidentes a la convicción de que ellas constituyen la causa que obstruye el libre juego de sus facultades mentales y, por conseguiente, la libre expresión de su pensamiento. Hasta tanto no elimine esas causas, efectuando una prolija reparación de sus desperfectos psicológicos, o sea de sus imperfecciones, proprias de todo ser normal, no podrá encarar seriamente y con la debida profundidad, el verdadero proceso de evolución consciente; vale decir, de superación integral.

Cuando el hombre quiere acometer una empresa, ¿no le exige ésta la idoneidad o competencia suficientes para no fracasar una vez comenzada? ¿No se exige esta misma idoneidad o competencia a los profesionales, en las respectivas ramas de sus funciones específicas? El hombre de Estado, el político, como asimismo el comerciante o el agricultor, el industrial o el obrero, cuando carecen de competencia, ¿no están denunciando, acaso, que a sus deficiencias y errores obedece el fracaso en la dirección de los negocios o en las funciones que desempeñan?

Esta gráfica proyección de ejemplos evidencia que las condiciones humanas no pueden subvertirse en sus respectivos órdenes de manifestación si se trata de exigirles un contenido del cual carecen; un contenido que es la resultancia del cultivo que la inteligencia debe hacer de ellas para que alcancen las excelencias de una esmerada y alta educación interna. Diríase que para penetrar en las regiones o dominios de la sabiduría es necesario efectuar una rigurosa eliminación de la escoria que en el correr de los años se ha venido acumulando, a través de períodos de incultivo y negligencia. En otras palabras: vendría a cumplirse aquello de penetrar en las sublimes regiones del conocimiento, «puro de cuerpo y alma». Conviene explicar aquí, que nos estamos refiriendo, naturalmente, al hecho de librar a la mente del lodo mental, resultante de las deficiencias y defectos señalados, del mismo modo que debe librarse al temperamento de las manifestaciones torpes, producto de la falta casi absoluta de una educación superior, y al entendimiento, de las groseras formas al consumar su función, que debe ser primordialmente selectiva.

¿Qué otra cosa causa al ser más amarguras, violencias y sufrimientos que sus propias deficiencias y defectos? ¿No son éstos los que provocan las reacciones en la vida de relación? Y si tales perturbaciones tienen por consecuencia grandes pérdidas de tiempo, al distraer la atención y violentar el carácter, lógico es pensar que con esas pérdidas de tiempo ocurridas, según ha observado la Logosofía, con suma frecuencia, la vida se torna, en su mayor parte, estéril, improductiva, y se llega al término de la misma habiendo dado continuamente pasos hacia adelante y hacia atrás, vale decir, desandando una y otra vez el trayeto recorrido. En definitiva: se habría permanecido siempre en el mismo sitio. Es por esta razón que la Logosofía enfoca directamente en su medula el gran problema, resolviéndolo, como dijimos al principio, con la eliminación de las ya señaladas deficiencias. Por imperio de la misma ley de evolución, el ser humano debe aprestarse a luchar y vencer sobre el terreno propio, donde ha de edificar con conocimientos inconmovibles, la nueva vida. Y para ello deberá comenzar por apartar todo cuanto pretenda oponerse a los designios de su voluntad, a fin de que nada le impida llevar a buen término el plan de perfeccionamiento que se haya impuesto para alcanzar los altos estrados del saber.

Quedamos, pues, en que la labor primordial del conocimiento logosófico consiste en hacer un reajuste de las características que son comunes en la psicología humana, y, por consiguiente, ella comienza su alta finalidad en las raíces mismas del mal, eliminando cada una de las deficiencias que presenta la mente como resultado del largo período de inercia en que ha estado sumergida. Y si consideramos que las condiciones humanas no se superan sino por medio del esfuerzo inteligente, habrá que admitir también que ese esfuerzo no puede distraerse en asuntos que absorban la función asignada, al entorpecer, justamente, el libre juego de las facultades que deben intervenir para que tal función se realice.

La Logosofía ha detectado con particular insistencia la diferencia substancial que existe entre la docencia científica, que aplica sus métodos friamente sin llegar a establecer una relación con la vida individual, y la que presenta el conocimiento logosófico al prodigarse al ser humano en sus formas especialísimas de asimilación consciente, entendiendo que este conocimiento adquiere su efectividad a través del entendimiento. Implica, pues, esta labor de alta docencia en los dominios del pensamiento, una tarea de fundamental importancia que es necesario no olvidar para estimar su alcance en su justo valor.

Con lo expuesto, fácil será advertir cuál es la posición de la Logosofía frente al gran problema de la evolución humana, posición que está determinada por los inconmovibles principios que rigen y fundamentan su enseñanza. Para mayor ilustración, presentaremos algunos ejemplos extraídos de la observación en el vasto, fecundo y riquísimo campo de la experiencia humana.

En el examen de cuadros mentales aparecen casos –frecuentes en ciertas y determinadas personas– en los que muchas veces, por causa de una obsesión, se llega a extravíos que inhiben y anulan la razón; y no es éste uno de los que corresponden ya a los fueros de la psiquiatría. El que citamos es muy corriente, observado en numerosas personas normales, cuya vida continúa desenvolviéndose en forma que podríamos denominar automatizada, pues la razón no toma en ellas, por no ser necesario a la índole de sus ocupaciones, mayor intervención a los fines de un mejor y más eficiente desempeño, aunque en verdad pueda advertirse en las mismas una desmoralización acentuada hasta el punto de que la misma vida les resulta una carga a veces insuportable.

Siguiendo el enfoque de nuestra observación, hemos visto que si por una u otra causa se logra detener el avance de la obsesión que padecen, llevando a estas personas, gradual y paulatinamente, a los dominios de la propia razón hasta hacerles comprender la existencia e inoperancia de la idea obsesionante, acusan de imediato una mejora que instantáneamente fluye de lo interno de su ser y beneficia ponderablemente su estado de ánimo, volviéndolas a un mediano equilibrio, lo suficiente como para hacer renacer en ellas el entusiasmo y las ansias de vivir. Hemos notado también, y es bueno puntualizarlo, que este estado tan satisfactorio, promovido por el consejo y el auxilio oportunos que determinaran un cambio de actitud mental, perdura sólo un tiempo, que fluctúa según sea la intensidad del pensamiento obsesionante. Esto quiere significar que ese estado satisfactorio de mediano equilibrio a que fueron llevados, permanece sin alteración mientras continúen recibiendo los beneficios de la influencia determinada por su acercamiento al llamado buen sentido, bien próximo a su razón; pero si los favorecidos por la influencia del consejo o auxilio que se les brindara, se distancian del mismo, o, mejor dicho, de quien o quienes les beneficiaran, por estimar innecesario continuar la observancia de la conducta que les hubieran señalado, muy pronto vuelven a caer, vencidos por la súbita reaparición de los mismos pensamientos que habían sido causa de aquella obsesión.

Comparándolos con los procesos biológicos, la Logosofía, con particularidad sugerente, denomina a esos estados de obsesión, pequeños tumores psicológicos, que luego de ser extirpados se reproducen, si no se sigue un tratamiento adecuado para librar por completo al ser de los extraños agentes patógenos que los forman, y que son tan comunes en la mente humana.

Continuando este examen, posible merced a las proyecciones del conocimiento logosófico, nos encontramos en presencia de un cuadro mental digno del más enjundioso estudio : cuando ese pensamiento obsesionante logra echar sus raigambres en la mente donde se ha introducido, no sólo trata de perpetuarse en ella, sino que intenta, a la vez, extender su dominio a otras mentes, que luego presentan signos evidentes de la misma anomalía mental, a tal punto que pareciera haberse efectuado entre ellas una especie de transfusión de la personalidad. En estos casos, las personas se ligan mentalmente hasta llegar poco menos que a experimentar idénticas sensaciones, especialmente de carácter emotivo, instintivo e impulsivo. Este hecho significa que al recibir la mente de uno el pensamiento del otro, se produce la anulación circunstancial, que puede convertirse em definitiva, del imperio de su libre arbitrio. En tales condiciones le es difícil al hombre, y diríamos casi imposible, el poder disfrutar de las prerrogativas que le son proprias como miembro legítimo de la especie humana, dotada de una admirable constitución psicológica y física por cuanto llega a carecer hasta de voluntad propria, y desde los planos de la irresponsabilidad puede alcanzar los extremos de la insensibilidad psicológica.

La Logosofía expresa que para penetrar en el fondo de estas observaciones y sorprender los valiosísimos detalles que permiten profundizar el conocimiento, la vida debe constituirse en un verdadero estudio; que no debe perderse ningún momento en tal sentido, si se quiere realizar una labor de investigación que enaltezca la inteligencia con sus máximas expresiones de luminosidad, pues tan sólo penetrando en toda su profundidad los detalles que facilitan al entendimiento su búsqueda y le permiten percibir los millones de perfiles que contiene la psicología humana, le será dado al hombre experimentar y sentir en su corazón una felicidad que antes, viviendo al margen de esta concepción, no le era posible disfrutar.

Descubierto de esta manera un nuevo y vastísimo campo de estudio en el que se revela el carácter científico, vamos a exponer ahora, y desde luego en el aspecto que estamos tratando, la técnica y aplicación del conocimiento logosófico tal como si se tratara de la cirurgía cuando realiza sus operaciones corrientes. Preciso será considerar, pues, a esta clase de conocimientos que estamos exponiendo, como proprios de lo que desde ya denominaremos «cirurgía psicológica». Y así habrá de llamarse, en verdad, cuando la ciencia se compenetre con la profundidad debida, del inmenso valor que ella asume desde el punto de vista de la asistencia que debe prestarse al ser cuando las circunstancias lo aconsejen, a fin de librarle de las perturbaciones, por pequeñas que sean, y que por ser extrañas a su naturaleza, requieren, como en el caso de las de orden fisiológico, una inmediata atención que restablezca el equilibrio perdido.

Estos pequeños tumores a que hemos aludido, y que en el caso citado se manifestaron por obsesión de un pensamiento, pueden también producirse por la sedimentación de prejuicios, errores, etc., y por muchas otras causas similares que brotan y se reproducen al encontrar debilitado el organismo psicológico por el estado de casi total desprevención en que comúnmente se encuentra el hombre; y, si bien son ajenos al mecanismo mental propiamente dicho, no dejan por ello de existir en el cuadro psicológico de cada uno. Cuántos pensamientos de la naturaleza descripta han llegado a. perforar los sutiles tejidos de la mente y a atrofiar esas finísinias membranas que cubren la inteligencia, provocando estados de inercia que llevan a un verdadero anquillosamiento.

En presencia de estos hechos que revelan bien a las claras cuan grande es la necesidad que experimenta la humanidad media de una assistencia psicológica, nada puede detener nuestro juicio cuando expresamos que si se quiere establecer un nuevo orden en el mundo y echar los cimientos de una civilización con miras a un reajuste de los sistemas sobre los que se ha edificado la estructura social, perfeccionando a la vez todos los resortes que entrelazan la vida humana en la convivencia común, se deberá comenzar por estudiar a fondo los factores y necesidades que forman el complejo de la vida social.

Nuestras observaciones no han llevado a la convicción plena de que habrá de ser indispensable instituir ese llamado nuevo orden sobre las bases de una reforma psico-social. Pero habrá de comenzarse por auspiciar una nueva enseñanza que tienda a mejorar la comprensión humana en todo sentido, es decir, impartiendo una preparación adicional a la cultura corriente, en forma que cada uno pueda capacitarse para desenvolver su vida del modo más amplio y fecundo, único medio, entendemos, que permitiría comprender la magnitud de ese gran reajuste que debe empezar, fuera de toda discusión, en el proprio individuo. Nos encontramos así, con que esta nueva instrucción en nada habrá de semejarse a la que hasta aquí ha recebido el hombre corrientemente, pues estaría llamada a crear en él otro modo de ser, o sea un nuevo tipo psicológico, con otras características, que arraiguen en él un verdadero espíritu de empresa y de realización, de templanza y reflexión.

En consecuencia, fácil será advertir la imperiosa necesidad de fundar, ya que tal lo exigiría el problema en cuestión, una institución universal de supercultura psico-social que tuviera por misión exclusiva impartir enseñanzas de esta índole, es decir, ilustrar a esa humanidad media sobre los problemas vitales de su existencia. En ella, se instruiría a cada individuo acerca de cómo debe conducir su propria vida a fin de bastarse a sí mismo, desde el momento que se le irían dando los medios para encarar tales problemas con la debida inteligencia y sensatez. Renacería así una vida social más austera y amplia, ya que el conocimiento enunciado auspiciaría dentro de esas mentes un mayor volumen de reflexión, a la vez que estimularía el libre juego de las fuerzas internas que fortifican la voluntad, permitiendo experimentar la realidad de la existencia como necesariamente debe experimentarse, y se comprendería la trascendencia de esa instrucción y el valor inmenso que representa para la vida del hombre este nuevo aprendizaje que tornará los días de su existencia más fructíferos y le conducirá hacia una visión más amplia de sus perspectivas para el porvenir, llevándole a discernir sobre cuáles son sus deberes y su verdadera responsabilidad para con la sociedad.

Si tomamos como punto de observación la cultura corriente que se recibe en la vida, tendremos que admitir que ella es muy deficiente, y apenas si alcanza a llenar una mínima parte de la finalidad que, lógico es pensar, tiene por objetivo. La niñez que pasa por las aulas escolares recibe todo un cargamento de lecciones y deberes, imposibles de comprender y asimilar en el corto lapso del período primario. Se apela entonces a su memoria, y así esta se ve constantemente forzada a desarrollar una labor que decepciona a no pocas criaturas. Es muy poco lo que se hace en materia de selección de los puntos que han de enseñarse a los niños en este período escolar, y así vemos que se los abruma haciéndoles estudiar una serie de libros que sobre las materias han escrito diversos autores. En los colegios secundarios ocurre idéntica cosa, que recién toma un carácter más adecuado en los cursos universitarios. Pero observemos cuál es el estado mental y psicológico que presenta el universitario después de haber realizado todo ese proceso de ilustración, diremos teórica, de su inteligencia: al librarse de la tutela docente que tuviera hasta el momento de egresar, encuéntrase con que no puede utilizar en la rama del saber científico elegido, lo comprendido através de los estudios que seguió en el curso de los años, y que todos esos estudios provenientes de las lecciones de sus profesores y de lo tratado con más profundidad por los autores, sólo le brindan la oportunidad de lanzarse al campo práctico munido de un saber incipiente que con el concurso de la investigación y la experiencia proprias habrá de ampliar hasta donde se lo exijan las circunstancias y la necesidad de una mayor idoneidad. Esta suficiencia, que responde a los imperativos de su condición de profesional, habrá constituído sólo en muy ínfimo grado a solventar las necesidades internas relacionadas con los innumerables problemas que la existencia misma le presenta para probar su temple, su reflexión y su capacidad.

Ocurre, en consecuencia, que después de tantos años de estudio, muy poco o nada es lo que sabe respecto a su propia vida; es decir, a lo que atañe a las posibilidades de su mecanismo mental-intelectual, que, orientado hacia los conocimientos trascendentes configurados por la excelencia de una sabiduría superior, puede dotar a su inteligencia de un contenido tan fértil que le permitiría crear aptitudes capaces de hacerle alcanzar cumbres insospechadas.

Ya hemos dicho en otras oportunidades, que el conocimiento trascendente difiere del saber común por la índole de su contenido específico, y que no se halla registrado aún en un documentado cuerpo de doctrina, cosa que, precisamente, la Logosofía está haciendo para que de él se extraigan las conclusiones que necesariamente deberán obtenerse a fin de perfeccionar las directivas de la instrucción corriente, ya que estos conocimientos son dados al servicio de la alta docencia con el objeto de elevar la cultura a un volumen integral que alcance su máxima expresión de perfeccionamiento.

Así, pues, la labor constructiva del conocimiento logosófico comienza por señalar a la inteligencia cada una de las causas que traban la libre acción del discernimiento y que muchas veces llegan hasta romper el equilibrio de sus facultades, sumergiendo al hombre en estados improprios de la consideración que en todo momento debe inspirar su persona; estados que responden tanto a las ligerezas y trivialidades de la insensatez, como a las violencias de la irascibilidad. ¿Se suministra, acaso, a la juventud, los elementos necesarios para establecer sobre su conducta un rigoroso control y reducir el número de sus deficiencias y defectos, evitando con ello que éstos le dañen, y perjudiquen, como ya hemos dicho, el libre imperio de sus resoluciones? Sabido es que éstas se ven afectadas y limitadas por los trastornos que con frecuencia ocasionan al ser tales defectos y deficiencias, y que son causa de tantos errores, desvíos y sufrimientos. Citaremos para confirmarlo, una característica que es muy común; la de distraer la atención o bifurcarla hacia múltiples partes; sin concentrarla, salvos raras excepciones, en determinado punto.

Repetimos que la vida debe constituirse en un verdadero campo de estudio y de experimentación, y si consideramos esto como necesario e imprescindible para que el ser humano pueda efectivamente realizar sus altas finalidades, deberá admitirse, como decíamos antes, que ningún momento debe perderse en tal sentido, pues toda vez que la producción individual aumenta conquistando para la mente una mayor capacidad, y para su concepto un mayor prestigio, recibe de inmediato y en la misma proporción, beneficios que por su elevada índole preferimos no estimar nosotros, dejando librada esta estimación al juicio que deben merecer para cada uno, según sea su capacidad de discernir y juzgar. Agregaremos, empero, que ha de contribuir en mucho a valorar estos beneficios, el experimentar los efluvios de una felicidad interna jamás sentida.

Si hablamos de la juventud, vemos que durante la adolescencia y primera mitad de la virilidad, la vida pasa, podría decirse, de distracción en distracción. No existen en las almas adolescentes, preocupaciones básicas ni ideales definidos, y si en alguna los hubiere, es más bien por la transmisión directa o indirecta del pensamiento de sus mayores que por propia acción. Como esta situación es común en la generalidad, será menester dotar a esa juventud de un vigoroso conocimiento de sí misma, haciendo que la vida sea, desde esa incipiente edad y dentro de lo posible, maciza y sólida en las concepciones de la inteligencia; se evitaría así que esos años de continuas distracciones tornen la vida hueca al inclinarle a vivirla en los halagos de las mismas, pues no debe olvidarse que el rango de la especie a la cual pertenecemos está condicionado al carácter consciente de nuestra naturaleza mental, lo que implica poseer una capacidad de inteligencia verdaderamente prominente que nos diferencie de las demás especies que pueblan el orbe.

Ahora bien; ese vigoroso conocimiento al cual nos referimos, no puede circunscribirse a una mera ilustración envasada en formas pedagógicas; debe diferenciarse del que comprenden los programas de estudio comunes, en la forma y en la técnica para suministrarlo, como así también en la faz práctica, porque será necesario que la aplicación de los conocimientos que se desprenden de esta enseñanza se verifique en el campo de la experiencia propria y la observación individual, a fin de que los resultados que se busquen se obtengan por la asimilación consciente de los mismos, y el aumento progresivo de la capacidad mental y moral de cada uno.

Sabemos que mientras no se tenga una visión clara de cómo actúan los pensamientos dentro de la mente, y, por lo tanto, no pueda efectuarse una rigurosa selección de los mismos, se estará siempre a merced de lo que ellos dispongan. Puede verse aqui cuánta es la razón que nos asiste al insistir y reclamar esta instrucción, no ya sólo para la juventud –a quien, desde luego, reservamos el privilegio de la urgencia para ser atendida en tal sentido– sino para todos los que, ignorando esta realidad, carecen de tan especial educación mental, pues, como lo venimos sosteniendo con empeñoso gesto humanitario desde hace casi tres lustros en la prédica del conocimiento logosófico, entendemos que desde la edad más incipiente y hasta en su madurez, el ser humano necesita indispensablemente vincularse a este conocimiento para prevenirse contra los riesgos de la imprevisión y del temible conjunto de dificultades que las deficiencias del entendimiento por desconocimiento de esta educación, crean al individuo.

La mente humana es suscetible, desgraciadamente, a toda clase de alteraciones en el orden de sus ideas, de sus pensamientos, y de cuanto incumbe a sus funciones racionales, psicológicas y morales; por tanto, es vulnerable a cualquier agente extraño que se introduzca en ella, debiendo el hombre padecer luego los efectos perniciosos que le ocasione por no existir en la mayoría de las personas un verdadero control en tal sentido. ¿Qué debe hacer, pues, quien se encuentra en estas condiciones, para contrarrestar la situación incómoda, desagradable y hasta diríamos peligrosa, en que se coloca? Sencillamente: comenzar por considerar a la mente como el baluarte más precioso de su individualidad; baluarte que debe convertirse en una fortaleza inexpugnable para que sólo tengan acceso a ella los pensamientos que la razón juzgue conveniente hacer ingresar en las filas que sirven a la causa de la evolución, en el constante empeño de superación que se haya propuesto como objetivo esencial de su vida.

Para que la mente se convierta en esa fortaleza inexpugnable, tendrán que constituirse las debidas defensas mentales, por ser éstas las únicas murallas capaces de rechazar al pensamiento invasor que pretenda introducir dentro de ella los gérmenes de ideas antojadizas, o extrañas a las que cada uno haya sido capaz de imponerse a sí mismo con el fin de alcanzar aquellos nobles propósitos.

La solidez moral implica una vida fecunda en actividades que tiendan a mejorar las condiciones humanas, pues siendo producto de una inteligencia activa y un espíritu constructivo, crea condiciones apreciables para mantener en alto el concepto entre los semejantes y preservar el patrimonio íntimo de las convicciones, de las violencias de los ataques injustos o de las agresiones injuriosas y calumniosas que suelen dirigirse los que se enfrascan en la limitada órbita de una suficiencia endémica, tan suscetible como intolerante.

Esta observación bien sugestiva por cierto, reclama un meditado estudio de las perspectivas que se abren a los hombres al hollar la senda del saber; y ya que hemos mencionado la senda del saber, diremos que es necesario comprender esto con la debida claridad que requieren las circunstancias, a fin de poder conducirse en ella y evitar las inconveniencias que pueden registrarse en el curso de los avances hacia los conocimientos que han constituído la aspiración. Desde que este camino ha de recurrerse, no con los pies, sino con el entendimiento, será necesario saber que la propria mente es la que debe experimentar los cambios lógicos que le han de exigir e imponer tales conocimientos antes de prodigarse a su discreción. La revisión de conceptos es, entonces, imprescindible; la clasificación y selección de los pensamientos, rigurosa, y la eliminación de todo aquello que no sea útil al servicio de los propósitos enfocados, tienen que realizarse sin demora. Se debe prescindir de todo cuanto perturbe o altere la buena disposición del ánimo o de la conducta a observar mientras se verifiquen internamente cambios saludables en progresión ascendente hacia una superación real.

A medida que la capacidad aumenta y las proyecciones del entendimiento se amplían, se llega a esta conclusión: presentarse en la mesa del conocimiento donde se sirvan los manjares de la sabiduría, con la mente llena de prejuicios, conceptos equívocos o falsas apreciaciones de la realidad, es, sencillamente, un hecho descabellado, una osadía propria de insensatos. El que vive en una choza miserable, en vano alimentará la ilusión de colocar en su interior los lujosos y confortables muebles que haya visto exhibidos en exposiciones o vidrieras, pues no sólo le sería imposible ubicarlos por su tamaño y el espacio que requieren, sino que sería ridícula la presencia de estos muebles en un mísero y antihigiénico rancho.

¿Qué deberá hacer, pues, el dueño de la choza, para que le sea posible el cumplimiento o la realización de sus aspiraciones? Si apelamos a las leyes de la lógica, fácil será la respuesta: el humilde proprietario de la vivienda descripta habrá de comenzar por forjarse un nuevo destino, por supuesto muy diferente a aquel que hubo de tolerar y admitir hasta ese momento; deberá emprender actividades más remunerativas, a tal punto que con el tiempo y la previsión se halle en condiciones de trasladarse a una casa amplia y presentable. Recién entonces podrá pensar en llevar aquellos muebles al interior de la misma. Pero, esto no es todo: ¿de qué le servirían las nuevas comodidades si su estado mental permaneciera tan rudimentario como cuando vivía en el mísero rancho ?… Tendrá, pues, que producirse en él, como ya se habrá observado y presentido, una serie de cambios mentales y psicológicos a medida que vaya avanzando hasta alcanzar los propósitos perseguidos, cambios que deberán concordar con el aumento de las posibilidades, lo cual le irá denunciando su aproximación a la meta anhelada.